Un café con María Joaquina
Mónica me dijo lo más cruel que había escuchado en mis 10 años de vida: “Una niña tendría que estar loca para salir contigo”.
Si un rayo como aquel te cae encima a esa edad, tu amor propio queda hecho polvo. A mis casi 40, la contundencia de aquella frase continúa haciendo eco en mi cabeza. Por eso la escribo entre comillas.
Yo no soy negro como Cirilo. Pero me identificaba con el papel que interpretaba el niño actor Pedro Javier Vivero. Porque a mí también, como al morenito de la telenovela, me habían destrozado consuetudinariamente el corazón, como si se tratara de un deporte. Aún recuerdo lo que sentí cuando María Joaquina, la hermosa güerita de quien vivía enamorado el oscuro inocente, le rompió en la cara la invitación a su fiesta. Sin duda, para mi generación, aquella escena representada en el patio de la ficticia Escuela Mundial, se quedó impresa en la memoria como entre los millennials la de un Peter Parker asustado suplicando: “No me quiero ir… señor Stark”.
A mí, Mónica –la entonces novia de mi mejor amigo– me odiaba. Porque a veces él prefería ir a jugar basquetbol conmigo que visitarla en su casa. Un día, él insistió en que los tres fuéramos juntos al cine. Y no quería hacer mal tercio y se me ocurrió que quizá Mónica podría invitar a otra niña.
Me dijo –con la misma ceja levantada que la niña rica de Carrusel– que primero tendría que encontrar alguna que padeciera un desajuste mental que le permitiera encontrarme no atractivo.
Yo sabía que no era guapo. Era el segundo más chaparro del grupo. Tenía el rostro sembrado de un acné que bien podría haber sido ocasionado por exposición a un arma química. Usaba unos lentes de pasta horrendos, en tiempos donde los hipsters aún no los ponían de moda.
Ayer me tomé un café con María Joaquina.
Por una y otra razón nunca antes me tocó entrevistar a Ludwika Paleta. Pero siempre me pareció una actriz inteligente, de gran carácter y además, dueña de una incuestionable belleza.
Uno es periodista porque quiere saber cosas. Porque puedes sentarte con la gente a la que ves en televisión, en las películas, en los libros de historia o escuchas en un disco, para preguntarle cosas.
Ludwika y yo platicamos sí, de Carrusel. Porque siempre quise saber si en ese momento era consciente de los temas que se trataban. El racismo, la discriminación y el bullyng. Todos ellos parte del debate actual, pero hace tres décadas ya los veíamos reflejados en la pantalla chica. Pero también hablamos de Shakespeare, de la obstinación de la actriz por levantar proyectos de teatro, que cuestan sangre, sudor y lágrimas, pero pocas veces devuelven su equivalente en dinero. Aunque sí en satisfacción. Platicamos sobre Shakespeare y hasta sobre la paradoja que representa que su admirada Nicole Kidman tenga menos seguidores que Paleta en twitter.
Como en todas las entrevistas, no alcanzó el tiempo. Para preguntarle, por ejemplo, acerca de su papá. El virtuoso violinista Zbigniew Paleta. El mismo que dirigió el score de la trilogía de Krzysztof Kieślowski, pero también aparece en algunos discos de El Tri.
Al final, me dijo algo que en parte lapidó el comentario que Mónica me hizo cuando cursábamos la secundaria: “gracias por esta entrevista tan inteligente”.
Mónica me dijo engendro. Ludwika, inteligente.
Pum.
María Joaquina ya adulta me sacó una daga que ya no recordaba ni siquiera llevar hundida en el costado.
Le pedí que me regalara una foto. Soy ese tipo de reportero que a veces conserva un trofeo de las entrevistas.
Me dijo que sí, pero que por favor no la compartiera, porque estaba “en fachas”. Para mí, como dice Oscar Wilde, la belleza no necesita explicación. Para mí, lucía perfecta.
Hasta ahorita había guardado mi promesa de no compartir la foto.
Pero uno es periodista para contar historias. Si es con café, mejor.